Es cierto que somos extraordinariamente afortunados por nacer donde hemos nacido, y debemos estar agradecidos por serlo. Según algunas culturas, como determinados indígenas norteamericanos, los nativos hawaianos o «Los Auténticos» aborígenes australianos de Las Voces del Desierto, el best seller de Marlo Morgan (si es que existen o existieron alguna vez), todos estamos unidos y por tanto somos en parte responsables de cualquier cosa que ocurra a otros humanos o cualquier ser vivo. La cuestión es hasta que punto es cierto: ¿Tenemos la culpa de ser privilegiados? ¿Somos responsables por ello? ¿Y del resto, o mejor dicho, de las lamentables condiciones de vida de la mayor parte de la humanidad? En el fondo, este tipo de información, tiene un fin no tan benévolo como aparenta, de alguna forma lo intuido desde siempre. Recuerdo un anuncio de TV emitido unos años atrás, en el que un sujeto perteneciente a una ONG nos culpaba directamente de los males de niños mutilados o enfermos que mostraba a su lado. ¿Que podemos hacer para remediar esta situación que esté en nuestras manos? Realmente muy poco, comparado con las recursos de gobiernos, grandes empresas o multimillonarios de cualquier tipo. Precisamente, de manera habitual son alabados tanto algunos gobiernos y empresas, como de forma muy especial personas de éxito: artistas, empresarios, incluso políticos, creo que no es necesario poner ejemplos de famosos filántropos. Con todo y con eso, siguen siendo los más ricos y poderosos del mundo, tanto como el dinero que podríamos ganar si trabajasemos miles de años con la misma proporción de sueldo y coste de la vida. ¿Entonces, como es posible que los premien a ellos y nos culpabilicen a nosotros?


Quien se siente culpable por su mera existencia, quien está atado por el fraudulento sistema económico (por si no lo sabías, el dinero es deuda, hablaremos de ello), quien es controlado ante cualquier movimiento que haga: más de 4 millones de cámaras en las calles de Gran Bretaña, escáners en los aeropuertos, tarjetas de crédito, rastreo automático no autorizado en teléfonos móviles, almacenamiento de las IPs que accedes en Internet por tu ISP, o Google… También es quien sufre censura y se le filtra la información por su propio bien, tiene algo en común con el resto de humanos. No es libre. De hecho es un esclavo, uno más, que no puede escapar. Mejor dicho, quien cree que no puede escapar porque se le ha preparado y convencido de ello desde antes de nacer. Realmente es una ilusión.

Estos mecanismos de control se puede resumir en una palabra: miedo. Según algunos autores y tradiciones milenarias, esto proviene de la emoción fundamental, el dolor. Quien tiene miedo no puede huir, por eso no necesita cadenas. Esto ocurre literalmente con el adiestramiento de elefantes en la India, donde se les ata a una pequeña estaca clavada al suelo desde que nacen. Al cabo de poco tiempo, el pequeño elefante se rinde, y aún siendo entonces un ser gigantesco repleto fuerza y poder natural, esa simple cuerda y estaca que podría arrancar sin esfuerzo, le retiene. Más precisamente, es su mente la que lo hace. Es una ilusión. Somos más de seis mil millones de gigantes atados a una estaca. Una estaca tan virtual como efectiva. ¿Que ocurre si somos conscientes de ello? Consciencia es el primer paso.

«Quien vence a los demás es fuerte; quien se vence a si mismo es poderoso…
Quien conoce a los otros es sabio; quien se conoce a sí mismo es iluminado.»

El Tao – Lao Tze (Siglo V-VI A.C.)

 

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