Estamos viviendo una fuerte llamada al cambio en el sistema, esencialmente a raíz de de la crisis económica desatada en 2008, y en especial tras el impacto mediático del 15-M español en toda Europa, sin olvidar la originaria Spring Revolution árabe. Aquello que vimos comenzar en las redes sociales de Internet, se convirtió en indignación a pie de calle. Se reclama una democracia real, participativa, Islandesa, y a veces, irónicamente imposible: véase alguna convocatoria de referéndum de cuestionable viabilidad, anteriormente comentada. Una de ellas ha sido rechazada por la Mesa del Congreso de los Diputados, y anteriormente otras Proposiciones de Ley similares. Del mismo modo, esta declaración de intenciones no ha sido tan clara en el aspecto económico como en el político, que al fin a y al cabo es como personalmente lo padecemos. De hecho, literal y metafóricamente, lo pagamos. Es por ello que, sin entrar a valorar los orígenes y pretensiones del movimiento en cuestión, percibimos algunos aspectos que brillan por su ausencia. Más democracia, cuantitativa, por supuesto, pero sobre todo mejor democracia, cualitativa. Sin embargo, dada la índole de la crisis, resulta más apropiado tratar la reforma del modelo económico cuando resulta patente como el actual sistema arrastra a la sociedad en su caída. Este proceso también ocurre a la inversa, por tanto no debería tratarse del único ámbito en el cambio. Egalité, fraternité… ¿Y qué hay de la libertad?

Democracia

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